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📕📗📖Capitulo 3 - 4: Un corneador viviendo en casa

Video 4
Esta vez, yo estaba en el trabajo, sabiendo perfectamente que Juan ( @juansobrino15 ) y mi esposa estaban solos en casa. La idea había estado gestándose en mi mente todo el día, un cóctel de emoción, celos y miedo. No podía evitar sentirme en conflicto. Una cosa era saber que podían tener sexo sin mí, pero otra muy distinta era pensar en que pasaran tiempo juntos, hablando, compartiendo historias y posiblemente desarrollando sentimientos el uno por el otro.

Eso era lo que realmente me asustaba: la idea de que esto pudiera convertirse en algo más profundo que solo sexo. Si mi esposa se enamoraba de Juan, podría significar el fin de todo lo que teníamos. Claro, estaba bien que ella se acostara con él, pero ¿amor? Ese era el límite que no estaba dispuesto a cruzar.

Mi esposa y yo teníamos un acuerdo: nada de secretos. Ella tenía que contarme todo lo que sucediera cuando estuvieran solos. Era mi manera de mantener el control, o al menos sentir que lo tenía. Pero incluso eso no siempre calmaba la tormenta de pensamientos en mi cabeza. ¿Y si no me contaba todo? ¿Y si, en los momentos en que yo no estaba, estaban formando un vínculo más fuerte que el que compartíamos?

Cuando llegué a casa esa noche, mi esposa me recibió con su sonrisa habitual. Sabía lo que yo sentía sin que yo dijera una palabra. Me besó y me dijo que tenía algo que mostrarme: un video que habían grabado mientras yo estaba en el trabajo.

Mi corazón se aceleró. Me entregó su teléfono y presionó play. El video comenzaba con ellos en el dormitorio, riendo, el tipo de risa fácil que me parecía demasiado íntima para mi comodidad. Luego, las cosas cambiaron. Se besaron, lentamente al principio, antes de que la intensidad aumentara. Era innegable que tenían química, pero el miedo en el fondo de mi mente susurraba: "¿Y si es más que eso?".

Observé cómo Juan la desvestía, de la misma manera que lo había visto hacerlo antes. Pero esta vez, yo no estaba allí. No era yo quien sostenía la cámara. Era un extraño, un espectador de mi propio matrimonio, observando su momento desde la distancia.

Cuando el video terminó, mi esposa me miró. Podía ver el conflicto en mis ojos. “Sabes que te amo”, dijo suavemente, colocando una mano sobre mi pecho. “Esto es solo por diversión. No tienes de qué preocuparte”.

Asentí, tratando de creerle, pero los celos aún persistían. No podía quitarme el miedo de que un día, al llegar a casa, no sería solo un video. Sería ella diciéndome que quería más que esto, que quería algo real con Juan.

Por más emocionante que pudiera ser este estilo de vida, eran momentos como estos los que me hacían darme cuenta de lo frágil que era todo en realidad. El equilibrio entre la lujuria y el amor, entre el control y el caos, era muy fino. Y por mucho que disfrutara ver a mi esposa con otros hombres, el miedo de perderla por alguien como Juan siempre estaba ahí, acechando en las sombras.

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